La vinculación a la corona comenzó cuando el infante don Antonio, interesado por las aguas medicinales, visitó en 1800 los Baños de Sacedón. Le agradó tanto que comenzó a realizar algunas obras en los edificios ya existentes y, en 1802, consiguió que su tío, el rey, lo incorporase al real patrimonio. Si bien, las obras de construcción del nuevo espacio real comenzaron años más tarde, cuando, el 12 de diciembre de 1815 Fernando VII le nombró protector y comenzó a promover obras de la mano del arquitecto real Antonio López Aguado. Las obras de este real sitio se llevaron a cabo entre 1818 y 1826, con un paréntesis durante el Trienio liberal. Su razón de ser fue doble, por un lado, la configuración de un gran espacio agrícola y, por otro, su condición de balneario. El lugar creció tanto que, Martín de los Heros, en 1842, llamaba la atención sobre cómo había aumentado la afluencia de personas y visitantes al lugar. No obstante, tras la Ley de Deslinde del Patrimonio de la Corona, promulgada en 1865 bajo la presidencia del general Narváez, en 1874, pasó a manos privadas, desapareciendo en 1955 por la construcción del pantano de Buendía.